El primer paso importante que debe realizar el dentista es identificar este tipo de pacientes. Un análisis detallado es fundamental para comprender cómo están nuestros pacientes en relación con la salud general. En algunos casos, el propio dentista puede sospechar que el paciente tiene diabetes. Se estima que de cada dos personas que padecen la enfermedad, una de ellas desconoce el diagnóstico.
Con los pacientes que llegan con el diagnóstico, sería prudente medir la glucosa en sangre antes de cada visita, en un mundo ideal. La atención dental debe centrarse en citas breves en momentos de menor estrés para el paciente. Una glucosa en sangre descompensada puede retrasar la curación y predisponer a infecciones. Pero un paciente diabético controlado y compensado puede tratarse como un paciente que no tiene la enfermedad.
Además, el dentista debe estar preparado para afrontar problemas como la hipoglucemia o la hiperglucemia. Los pacientes con glucosa en sangre por debajo de 70 (hipoglucemia) o por encima de 300 (cetoacidosis) no deben someterse a cuidados dentales. Deben ser remitidos a la sala de emergencias médicas.
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El dentista también debe prestar atención a la dieta y la medicación del diabético. Conocer la hora de la última comida, cuál fue la última comida y qué tipo de insulina toma el paciente marcará la diferencia para saber si la glucemia está controlada o no en el momento de la consulta.
